Me encanta este pueblo de la Marina Baixa, abrazado por la Serra de Bèrnia y el Mediterráneo. Su paseo marítimo respeta el aspecto natural de la costa y el casco histórico, con casas blancas y calles empedradas, brinda una coherencia estética que por desgracia no es fácil encontrar. Eso sí, para recorrerlo más te vale estar medio en forma ¡Qué cuestas!
A primera hora de la mañana caminamos por el paseo marítimo y nos dejamos maravillar por la cantidad de aves que revoloteaban detrás de las rocas colocadas a modo de barrera para contener la virulencia del mar. Hay muchas terracitas para tomar algo y disfrutar del sol de invierno de la Costa Blanca.
En el extremo más al norte está el pequeño puerto deportivo y una playa de arena y guijarros con juegos infantiles y redes de voleyball. A continuación se inicia el paseo marítimo, nuevo y espacioso. Hay grandes rocas en la orilla, no es posible acceder al mar. Pero como se aprecia en las fotos, el paisaje es fantástico.
El centro del pueblo está en el punto más alto, por lo que brinda vistas espectaculares de la Bahía de Altea y el Peñón de Ifach. Merece la pena recorrer estas calles empedradas con casas blancas erigidas en torno a la Iglesia de Nuestra Señora del Consuelo.
Hicimos esta excursión un domingo de febrero por la mañana, pero si te gusta la artesanía, te recomiendo visitar Altea alguna tarde de verano. En el centro hay pequeñas galerías de arte, talleres de cerámica y orfebrería, ateliers… Y en los aledaños de la Iglesia encontrarás puestos de artistas y artesanos vendiendo sus obras. Estuve hace un par de veranos y recuerdo piezas únicas con diseños bonitos diseños, acabados cuidados y materiales de gran calidad. Y también grandes precios, pero merece la pena.
La oferta para comer es amplia: pizzerías, creperías, restaurantes de cocina mediterránea, gastrobares, etc. Pero nosotros, que habíamos picado algo en una terraza, no teníamos hambre todavía, así que para hacer tiempo fuimos a Altea la Vella, que no tiene demasiado, la verdad, pero febrero nos regaló una bonita estampa: almendros en flor.
Y digo que no tiene demasiado, aunque en la pedanía hay una ermita y la Sierra de Bernia se contempla maravillosamente, pero comimos de lujo en Ca Toni. Nos conquistó la terraza bucólica (¡imposible no sentarse!) y nos enamoró la comida. Mantelería de tela, cambio de cubiertos a cada plato, presentaciones perfectas y, sin embargo, precios más que razonables.
Como el día, aunque soleado, era fresco, empezamos con un plato de cuchara calentito. La crema de calabaza estaba absolutamente deliciosa y la sopa de carne y verdura muy sabrosa, pero no a base de tocino, parecía que la carne de la sopa estaba braseada y eso lograba sabor y también ligereza.
De segundo, compartimos un plato de chuletas de cordero. Acompañadas de verduras a tiras y perfectamente braseadas, con la grasita crujiente, en su punto. Vimos pasar pescados a la brasa con la misma buena pinta, ensaladas colmadas y un carpaccio de atún con ensalada de aguacate que hacía lamentar el no haberlo pedido.
No pudimos con el postre, aunque seguro que están buenos, dado el nivel de la comida, así que rematamos la faena con café y hierbas. Pedí un mezcladillo y acerté: la infusión que salió de la tetera estaba realmente buena. Para que os hagáis una idea de los precios, además de esto tomamos un par de cervezas y un agua con gas y la comida nos costó 30 euros.
Otro buen sitio donde comer en Altea la Vella es el restaurante Mallol. Tiene más cosas, pero su especialidad es el cordero al horno con salsa de almendras, que acompañan con puré de patata. Una opción muy recomendable, ideal para ir en grupo.
¡OJO! Es muy fácil pasarse si vas con el coche hacia Altea la Vella por la carretera que deja a tu derecha el mar, la salida no está indicada; si vienes, deberás preparar bien tu ruta. Aunque siempre puedes dar la vuelta en Altea Hills y comprobar que te has pasado más de un kilómetro, que es lo que nos pasó a nosotros.
Y ya que menciono Altea Hills, una urbanización de lujo habitada en su mayoría por extranjeros, debes saber que aquí se encuentra la Iglesia del Arcángel San Miguel, una réplica exacta de una iglesia ortodoxa rusa característica del siglo XVII, realizada con materiales traídos desde la región de los Urales y construida por un promotor ruso en 2007. Es única en nuestro país, aquí puedes ver fotos.